martes, 3 de octubre de 2017

La repetición I

Desesperación y Recuperación *



Experiencia de la finitud y sed de infinito

por Oscar Cuervo

Existe en la literatura argentina una novela escrita por Abelardo Castillo titulada El que tiene sed (1). Está protagonizada por Esteban Espósito, un alcohólico. “El que tiene sed” es una posible traducción para la palabra de origen griego “dipsómano”. Es una figura óptima para comprender una de las cuestiones centrales del pensamiento de Kierkegaard: la desesperación. El que tiene sed no la puede saciar con nada, porque la sed lo lleva a tomar y el tomar le da más sed y entonces toma más. Y eso desencadena una deriva que es infinita y está destinada al fracaso porque ese hombre nunca va a saciar su sed. 

Hay otro ejemplo que tiene una estructura similar, un cuento de Liliana Heker, “Cuando todo brille” (2). Trata sobre una mujer obsesionada por la limpieza. Está presa de una compulsión que la lleva a no poder parar nunca ante la insoportable idea de que el menor rastro de polvo pueda arruinarlo todo. Después de limpiar su departamento frenéticamente, la mujer, Margarita, quiere pararse a descansar pero algo se lo impide:

“Después respiró profundamente el aire embalsamado de cera. Echó una lenta mirada de satisfacción a su alrededor. Captó fulgores, paladeó blancuras, degustó transparencias, advirtió que un poco de polvo había caído fuera del tacho al sacudir el escobillón. Lo barrió; lo recogió con la pala, vació la pala en el tacho. De nuevo sacudió el escobillón, pero esta vez con extrema delicadeza, para que ni una mota de polvo cayera afuera del tacho. Lo guardó en el armario e iba a guardar también la pala cuando un pensamiento la acosó: la gente suele ser ingrata con las palas; las usa para recoger cualquier basura pero nunca se le ocurre que un poco de esa basura ha de quedar por fuerza adherida a la superficie. Decidió lavar la pala. Le puso detergente y le pasó el cepillo, un líquido oscuro se desparramó sobre la pileta” (3)

Fácil imaginar que esta mujer no logrará nunca el reposo, porque a medida que limpia va desplazando y esparciendo más y más la suciedad que quiere eliminar: “Fregó la pileta con el trapo y se dio cuenta de que si ahora lavaba el trapo en la pileta esto iba a ser un cuento de nunca acabar” (4). Lo que le pasa a la mujer del cuento es que si limpia la pileta se le ensucia el trapo y si limpia el trapo se le ensucia otra cosa y eso de vuelta nos arrastra hacia una deriva infinita. El título “Cuando todo brille” parece estar señalando una imposibilidad. Nunca va a a llegar el día en que todo brille y esa obsesión por la limpieza la va a llevar a ensuciar cada vez más cosas. 

La del hombre que no puede saciar su sed y la de la mujer que al querer que todo brille sólo logra ensuciar cada vez más su casa son dos figuras muy aptas para metaforizar el concepto kierkegaardiano de desesperación. Porque justamente la desesperación es una situación de la existencia humana en la que el hombre está tironeado entre lo finito y lo infinito. El hombre es finito, es un ser limitado; pero tiene sed de infinito, en algún momento lo descubre. Al hacerlo, al mismo tiempo que descubre la imposibilidad de terminar con esa cadena de remisiones, él piensa: “todo está perdido”. Sin embargo, Kierkegaard también señala la posibilidad de una salida de esa remisión infinita. Se trata de uno de los conceptos más difíciles y peor entendidos del pensamiento kierkegaardiano. A este concepto que permite la salida de esta remisión infinita que es la desesperación se lo suele traducir como “repetición”. La palabra danesa que él usa es Gjientagelse. Otras traducciones posibles serían: recuperación, reintegración. 

Para comprender este concepto tenemos que adoptar la cautela que requiere el método kierkegaarddiano de la comunicación indirecta. Si alguien intentara decir directamente cómo se puede apagar esa sed insaciable de la que hablábamos antes, desbarataría completamente el asunto y lo que pudiera decir sería otro engaño: como si intentáramos venderle un detergente a la mujer obsesionada por la limpieza. Lo primero que se propone Kierkegaard es hacernos topar con esa experiencia en la que ningún detergente puede lavar la mancha. Y después ver qué pasa, cómo puede sostener una persona su vida frente a eso. 

La repetición es el título del libro en el que Kierkegaard aborda este problema. Está firmado por el pseudónimo Constantin Constantius. Hoy en día todos lo sabemos, pero en Copenhague, cuando se editó en 1843, para los vecinos de Kierkegaard ese libro no lo había escrito él. Y por los mismos días en que editó La repetición, también publicó Temor y temblor bajo el seudónimo de Johannes de Silentio. De un modo indirecto, Temor y temblor también trata de esta experiencia de advertir que todo está perdido, así como de una posible salida a esa desesperación.

Es interesante tener en cuenta que La repetición tiene como subtítulo: Un ensayo de psicología experimental. Al leerlo, uno descubre que no tiene nada que ver con la psicología experimental, por lo menos con lo que nosotros entendemos por eso. En La repetición, Constantín Constantius se vincula a un joven que está enamorado de una chica. Lo que cuenta el libro es la relación de confidente entre Constantín  –un hombre mayor, calculemos unos 40 o 50 años– y el joven -que tendrá unos 20- enamorado de la chica. El muchacho está en el cima del amor, un amor correspondido, ella le corresponde y los dos están en el mejor momento de su relación. Pero en ese momento se despierta en él una melancolía rara, porque siente que, teniéndola, la perdió. ¿Por qué? Empieza a proyectar las posibilidades futuras y entonces tiene miedo de que cada vez que se acerque a ella, cada acercamiento, sea una pérdida. Empieza a sufrir la finitud de esa relación amorosa, el terror a perder lo que tiene. Lo curioso es que el joven vive este amor presente como si fuera un recuerdo, es decir, como si todo ya hubiera terminado y él estuviera colocado en una posición en la cual el amor ya se perdió. Y lo único que hace cuando está con ella es recordarlo: recordar, paradójicamente, lo que tiene, como si ya lo hubiera perdido. Dice Constantín Constantius:

“Nuestro joven, pues, estaba profunda e íntimamente enamorado. De esto no podía caber la menor duda. Y, sin embargo, ya en los primeros días de su enamoramiento se encontraba predispuesto no a vivir su amor, sino solamente a recordarlo. Lo que quiere decir que, en el fondo, había agotado ya todas las posibilidades y daba por liquidada la relación con su novia. En el mismo momento de empezar ha dado un salto tan tremendo que se ha dejado atrás toda la vida” (4).

Constantín no objeta que el joven atraviese esta experiencia, a la que considera típica de esa disposición (Stemmning) erótica. Pero se sorprende de que no pueda contraarrestar esa melancolía con otra disposición:

“Cada uno debe de hacer verdad en sí mismo el principio de que su vida ya es algo caducado desde el primer momento en que empieza a vivirla, pero en este caso es necesario que tenga también la suficiente fuerza vital para matar esa muerte propia y convertirla en una vida auténtica. En la aurora de la pasión amorosa luchan entre sí el presente y el futuro con el fin de alcanzar una expresión eternizadora. (5)

Constantín expresa la tensión esa entre finitud e infinitud de la que hablé antes. Es alguien que tiene una posición subjetiva distante, como si mirara todo desde afuera, sea porque está en otro momento de su vida o por una imposibilidad de comprometerse. Es un amante del teatro y por eso es esencialmente un espectador. Y le gusta que el muchacho le cuente todas estas cosas, porque a él, como observador estético, le gusta escuchar el drama de otro. 

Por su gusto por el teatro, una vez, hace años, Constantín viajó a Berlín y vio una obra que le pareció maravillosa. Esa temporada ha sido para él inolvidable; se acuerda del hotel, la habitación donde estuvo, la ventana por la que se asomaba, el palco desde el que presenció la obra, los nombres de cada actor. Años después quiere repetir esa experiencia. Y vuelve a la misma habitación del mismo hotel, al mismo teatro, a la misma obra, con el mismo elenco... ¡y no vuelve a pasarle lo mismo! Esto para él es una pérdida enorme. A su manera él está también frente al problema de cómo recuperar lo que continuamente está perdiéndose. La finitud de la experiencia humana, no obstante, guarda una sed de infinito. Pero su disposición (Stemmning) le permite contrapesar la pérdida y no caer en la melancolía del muchacho.

Entonces, la pregunta de este libro es: ¿cómo es posible recuperar esta experiencia? Esto significa: ¿cómo es posible vivir una experiencia sin que asome continuamente el hastío, la ruina, la seguridad de que lo que se tiene se está perdiendo? ¿O no hay salida y todo está perdido? Hace falta analizar el término danés con el que Kierkegaard se refiere a esta posibilidad, que, como ya dijimos, se tradujo al castellano como “repetición”. La traducción no es incorrecta pero, si no se la comprende con precisión, puede dar lugar a malentendidos. La palabra es Gjientagelse. Su etimología dice: re-toma. Se vincula con un término del lenguaje jurídico, la reintegratio, la reintegración. Es decir, el recobrar, el que se me restituya un bien que se me ha perdido. 

Los daneses también tienen la palabra de origen latino repetition. Es decir, si Kierkegaard usó Gjientagelse es porque le pareció que no se trataba de una mera repetición, del hábito que se repite día a día igual, o mucho peor todavía, de lo que se va desgastando día a día. Se trata más bien de la reintegración, la recuperación, de recuperar el amor para que cada vez sea la primera. Esto es precisamente lo contrario de la repetición mecánica y circular del matrimonio, en la que el hombre empieza a ver a la que años atrás fue su joven amada ya como parte de un paisaje familiar y  entonces empieza a hastiarse de ella. La Gjientagelse es lo contrario de eso. Es la recuperación. El asunto es cómo recuperar lo que se pierde. 

El consejo que le da Constantín al joven es que, puesto que la relación amorosa le produce una melancolía intolerable, fuerce la situación para provocar la ruptura del noviazgo. Que se muestre como un ser despreciable y engañador para que parezca que fue ella la que tomó la decisión. Hay quienes encuentran en este relato una referencia a lo que el propio Kierkegaard estaba viviendo en su noviazgo con Regina Olsen. Esto no sería raro, porque que el libro está escrito en un período muy cercano a este episodio. Lo que la referencia biográfica no puede lograr es echar luz sobre el concepto de recuperación que Kierkegaard está proponiendo. Lo que sí se puede saber por los testimonios que Kierkegaard deja en sus diarios es que vaciló mucho acerca de cómo terminar este relato tan singular, del que incluso cambió abruptamente el final que tenía previsto.

El joven parece no aceptar la salida de la ruptura inducida y desaparece repentinamente. El joven desaparece y Constantín se queda dudando sobre la posibilidad de lograr una recuperación. Después de un tiempo, el muchacho vuelve a enviarle correspondencia. El joven le cuenta que abandonó a la chica sin revelarle el motivo. El confidente no parece comprender las conductas del joven, pero, como es él quien nos relata la historia, esto le permite a Kierkegaard dejar el sentido de todo este asunto en un cono de sombras, en una típica operación de comunicación indirecta, porque el lector no tiene más remedio que vislumbrar las motivaciones del joven desde el punto de vista de alguien que en el fondo no lo entiende:

“Quizá no haya comprendido bien al muchacho, quizá él me haya ocultado algo esencial, quizá ame todavía ver a la joven que abandonó sin decir una palabra, ni la menor explicación” (6)

En una de las cartas que el joven posteriormente le manda a su confidente, irrumpe de pronto con un entusiasmo inusitado por el Libro de Job, el relato del Antiguo Testamento. En este relato Job es un hombre bueno y justo a quien Dios permite que Satán ponga a prueba. Es curioso este pasaje del Antiguo Testamento en el que Dios y Satán comparten un desafío como cómplices, poniéndose de acuerdo en probar a Job: no hay rastro acá de una teología binaria, a la manera de los maniqueos, con el Bien y el Mal luchando en contraposición, como dos entidades excluyentes, pero tampoco puede reconocerse una ontología platónico-agustiniana, que oscila entre el Bien y el No-Bien. Satán es sencillamente el acusador, una especie de malpensado sin las connotaciones diabólicas que durante la cristiandad va a adquirir. Él sostiene que Job es tan íntegro porque Dios lo protege regalándole una familia numerosa y una vida próspera, es decir: porque Job es feliz. Pero bastaría con que perdiera sus posesiones y su estabilidad para que el buen hombre mostrara su aspecto impío y mezquino. Dios le concede a Satán que le quite a Job sus posesiones, sus riquezas, su familia e incluso su salud, para ponerlo a prueba. Lo único que a Satán no le está permitido es quitarle la vida a Job. De este modo, Job es sometido a una serie de catástrofes que lo dejan sin nada de lo que poseía: pierde hijos, hacienda, prosperidad, bienestar y se sume en la catástrofe. Lejos de maldecir a Dios por esto, Job dice la frase: “Yaveh dio, Yaveh quitó. Sea bendito el nombre de Yaveh” . Hasta su propia mujer, al verlo despojado de todos sus bienes terrenales y sus afectos, le reprocha que con todo eso no sea capaz de maldecir a Dios: 

“«¡Maldice a Dios y muérete!». Pero él le dijo: «Hablas como una estúpida cualquiera. Si aceptamos de Dios el bien, ¿no aceptaremos el mal?». En todo esto no pecó Job con sus labios” (7).

El joven protagonista de La repetición parece encontrar en Job un espejo de sus desdichas y también la entereza espiritual para sobreponerse a la pérdida; por eso le escribe a Constantín:

“¡Oh Job, déjame unirme a ti con mi dolor! Yo no he poseído las riquezas del mundo, ni he tenido siete hijos y tres hijas, pero también el que ha perdido una pequeña cosa puede afirmar con razón que lo ha perdido todo; también el que perdió a la amada puede decir en cierto sentido que ha perdido a sus hijos y a sus hijas; y también él que ha perdido el honor y la entereza, y con ellos la fuerza y la razón de vivir, también él puede decir que está cubierto de malignas y hediondas llagas” (8).

[continuará]



NOTAS

(1) Abelardo Castillo, El que tiene sed, Seix Barral, 2008.
(2) “Cuando todo brille”, en AAVV, Alcances y actualidad del concepto de compulsión. Su relación con las adicciones (Deborah Fleischer compiladora), Grama, Buenos Aires, 2007, p. 51 y ss.
(3) op. cit., p. 55.
(4) La repetición, p. 138-9.
(5) op. cit., p. 140.
(6) op. cit., p.223.
(7) Job, 2, 9-10.
(8) La repetición, p.243.



* Este sábado a las 17 hs. en Red Colegiales (Alvarez Thomas 1093) empieza el seminario co-dirigido por Esther Díaz y Oscar Cuervo: "Repetición y diferencia: Kierkegaard y Deleuze". Para informes e inscripción previa, escribir a redcolegiales@gmail.com. Los que asistan a la primera reunión sin haberse inscripto, se recomienda llegar a las 16:00 hs, con una hora de anticipación.

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