miércoles, 18 de marzo de 2015

Lisandro Aristimuño: música argentina del Siglo XXI. Artistas más votados: #9


por Patricio Féminis
Periodista de cultura, espectáculos y música popular de raíz folkórica (Caras y Caretas, Clarín, Hecho en Buenos Aires, Sudestada)

EL MELODISTA SIN FRONTERAS

No es extraño. La música del cantautor (una definición en tensión, ya, en la cultura sonora argentina del siglo XXI) de Viedma, Río Negro, sigue sin hallar o necesitar rótulos entre quienes, con la mente en las bateas en declive comercial, siguen buscando espejos para aquietar sus propias imágenes o preconceptos sobre los géneros. ¿Qué hace Aristimuño? ¿Qué hará mañana? A esta altura de la evolución musical del país, en que la raíz folklórica se cruza con el rock, el jazz, la electrónica y hasta las cuerdas clásicas, en un desarrollo creciente y crucial, la obra de Lisandro Aristimuño sigue dinamizándose, encuentra nuevas generaciones en las cuales resonar, y se perfecciona a niveles de ajuste técnico e instrumental tampoco sin espejos por aquí.

“Yo tomo todo lo que escuché: soy un resultado de todos ellos”, dijo Aristimuño en una entrevista que le hice para un diario nacional en 2013, cuando estaba tramando los primeros ciclos de presentaciones de su último disco Mundo anfibio en el Gran Rex, con convocatoria siempre hacia arriba (y las plateas llenas también). Un festival de cuerdas para su alma de rock, un vuelo de melodías en ritmos con aires siempre más allá de lo que, en otros tiempos se nombró, hasta el hartazgo, como rock cuadrado. Predecible. Autoconsciente y poco desafiante. Pero el rock -como filosofía, como acción- siempre fue un cuestionamiento de sus propias normas y poderes, incluso cuando el mercado lo volvió un remedo trágico o satírico de los referentes esenciales. Aristimuño conecta con las tradiciones del rock argentino en su guitarra, en su capacidad melódica y en su ética de canciones, y su destreza está en hacer fluir sus canciones hacia otras tradiciones siempre en movimiento: las de, lo que se da en llamar aquí, folklore.

Una concepción amplia de música popular que también es herencia y resultante del trabajo de muchos de sus contemporáneos. Dar nombres sería pretencioso: demasiados artistas poco conocidos están en la misma senda de Aristimuño y bien lejos de todo ánimo posmoderno para leer la realidad y la cultura. Son creativos clásicos, con las herramientas de hoy, y todas las memorias musicales que les dio nacer a fines de los 70 y en los 80, atravesar los años del neoliberalismo con pavor pero con las antenas alertas, y esos radares son, hoy, quienes pueden electrificar sus guitarras, construir melodías con reflejos de músicas norteñas, o litoraleñas, atesorar las cosmogonías de los pueblos originarios, sufrir en las ciudades o en cualquier pueblo perdido, y salir a grabar, tocar y editar discos, como búsqueda de aire y de futuro. ¿Aire? Así como en el folklore se llama “aire de zamba” o “aire de chacarera” a una canción que respeta esas formas rítmicas pero no las estructuras de danza (o sea, emplean las formas para un desarrollo en otro contexto), Aristimuño se crea sus propios contextos de escucha cada vez. Las melodías hacen el resto: a él siempre se lo podrá cantar. ¿Requiere esfuerzo su música? La buena siempre demanda algo más que una difusa atención de fondo: letras y cuerdas acompañan ese fuego de rock, ese cielo de folklores.

Decía también en aquella entrevista de 2013: “Me di cuenta de que últimamente hay mucha juventud que ya pone ritmos folklóricos en sus canciones. Es una influencia muy marcada y está re bueno, porque genera una identidad que hay que festejar. Es nuestra música: qué mejor que lo contemporáneo tenga algo nuestro. En otras épocas no era así, o querían ser todos Rolling Stones o electrónicos pop”.


[Foto por Fram Rossi]

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